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Estambul

07 Thursday Aug 2014

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adventure, Automated teller machine, creative writing, Debit card, escritura, Estambul, globetrotter, historias, Istanbul, journey, relato, relatos, round the world, Round the world trip, Short stories, travel, Turkey, Turquía, viaje alrededor del mundo, viajes, vuelta al mundo

Estambul, 14 julio 2014

Vista de Estambul desde el Puente Gálata

Vista de Estambul desde el Puente Gálata

Estambul me recordaba a novela. Me sabía a imaginación más que a realidad. Me sonaba a pasado y a leyenda. Pero también a terreno conocido, a casa, a comodidad.

Llegué a Estambul con los ojos rojos y la mochila a cuestas. Sola. Volvía a recuperar las riendas de mi viaje. Estambul era Europa, era cercano a casa. Era la certeza de saber caminar por sus calles y moverme entre sus coches. De buscar lo más escondido para encontrar la satisfacción de conseguirlo. Veía ya la postal del Bósforo que iba a contemplar desde la terraza-azotea de mi hostal.

Pero algo se truncó. Julio. El calor. La distancia entre el metro y el tranvía. Los vagones llenos. El segundo tren. La parada en la vía. El retroceso. La vuelta al camino. El túnel que no aparecía. El taxista perdido. La callejuela de bajada. La puerta inhóspita del hostal.

Un hombre salió a mi encuentro unos minutos más tarde, cuando sudorosa y confundida, intentaba empujar sin fe la cancela de un portón de hierro desvencijado.

–“Good morning, madam”. Me llamo Fepsi.

–“Good morning”. Buenos días. ¿Es aquí por donde se entra al hostal?

Al parecer así era. Del otro lado de la puerta, un estrecho pasillo se abría en escaleras y llevaba hasta mi habitación, en el cuarto piso. No tenía necesidad de compartirla con nadie, puesto que yo debía de ser la única inquilina. Fepsi jadeaba por el esfuerzo de haber acarreado mi mochila hasta arriba.

–“Small room”, habitación pequeña… Privada… mismo precio… -entre palabra y palabra el hombre necesitaba hacer un descanso para tomar aire.

–Está bien. Gracias. ¿El baño?

–¡Ah, sí! Por aquí.

Y muy satisfecho de sí mismo y del lugar que me mostraba me condujo a un aseo con ducha y mampara desequilibrada. No había ni rastro de terraza con vistas, no se oía el respirar de ninguna otra persona. En principio, mi refugio en Estambul no tenía el más mínimo toque novelesco y sí un ácido regusto a realidad. Agotada, me dormí sobre la franela rosa descolorida de la litera superior.

Me desperté repentinamente. No habría pasado más de media hora. Hacía tanto calor… No había aire acondicionado y la ventanucha del cuarto apenas servía de agujero de ventilación. Necesitaba una ducha. Comprobé, sorprendida, que el agua tenía buena presión y que podía regular su temperatura a mi antojo. Un triste secador colgaba abandonado de un clavo en la pared. Quizás el sitio no iba a estar tan mal después de todo. Me dispuse a deshacer mi equipaje y arreglarme para dar un paseo. Fue entonces cuando me di cuenta de que algo faltaba.

La pérdida de mi tarjeta me devolvió bruscamente a esa sensación extraña de olor a rancio que me había acompañado desde que entré en el hostal. Sin efectivo, ni dólares o euros que cambiar, la imposibilidad de sacar dinero de un cajero dificultaba muchísimo mis esperanzas de vivir en líneas propias La pasión turca que tantas veces había recreado en mi memoria. Torcida, pero no doblada, salí a la calle y fue allí donde encontré la solución.

Localicé rápidamente la avenida peatonal Istiklal caddesi. Me recordó a la Gran Vía de Madrid y me envolvió un sentimiento cálido de seguridad. Arreglé mi teléfono para disponer de internet en cualquier momento y en un cajero cercano respiré aliviada al pasar mis dedos por los dieciséis billetes de 50 liras turcas que mi tarjeta de repuesto, la de mi banco en España, me había proporcionado. Y digo que fue un alivio porque esa tarjeta había sido reemplazada por una nueva que guardaba aún en un sobre cerrado en mi domicilio de Madrid. Todo este tiempo había pensado que la antigua estaba ya desactivada y que no iba a funcionar. Pero me equivoqué.

La vista de los escaparates de una pastelería endulzó mi paladar y, sin rumbo ni cavilaciones previas, giré en sentido opuesto a los postres y acabé entrando en una iglesia. Me senté y esperé.

Los turistas se movían haciendo fotos por los laterales, pero la música que se escuchaba acaparó toda mi atención. Cuando miré hacia atrás descubrí que eran las teclas del órgano de la iglesia las que llenaban el fantástico espacio acústico del templo. Estaba asistiendo, en directo, a un recital de la más alta calidad. Las notas sonaban fuertes, inundándolo todo. Siglos pasados resucitaban en las partituras. Conmovida, pensé en mi vacío y lloré. Pensé en la idea budista de deshacernos de los deseos para no sufrir. Y no pude contener las lágrimas. Pero una pieza llevaba a otra. Entonces pensé en la ópera. Y me concentré en la música. Y miré a los paseantes que coleccionaban instantáneas ajenos al concierto que se estaba desarrollando ahí mismo, frente a ellos. Y me sentí especial. Ya no olía a rancio. Ya no tenía que hacer nada. Solo volver a la calle y caminar.

Estambul se desdoblaba ahora ante mí sin previo aviso. Me revelaba sus teterías y sus mercados. Encontré lo que no buscaba. Y me senté en un rincón a escribir mientras bebía una infusión de hierbas. Quizás el sitio no iba a estar tan mal después de todo.

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Haleluyha! ¡Aleluya!

13 Sunday Jul 2014

Posted by mdoming3 in Uncategorized

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Amritsar, creative writing, escritura, globetrotter, Golden Temple, Gurdwara, Haleluyha, Harmandir Sahib, historias, India, Jallaiwalla Bagh, relato, relatos, Round the world trip, Short stories, Sikh, travel, viajes, vuelta al mundo

imageAmritsar, 2/7/14

–Haleluyha!

No pregunté su nombre ni de dónde venía pero su bendición me acompaña y su imagen ha quedado digitalizada en mi cámara y en mi memoria.

imageHablamos. No sé qué nos dijimos. Vino a mí con su hija, sus nietos, su larga y colorida familia. Toda de blanco, como una estampilla de Fátima. Vestida con una sonrisa que apergaminaba aún más su ya de por sí envejecida piel. Sus manos me hablaban, me tocaban,  me conectaban a ella. Sus ojos se abrían jóvenes en su rostro anciano y sus palabras me sonaban familiares y extrañas a la vez.

–Namasté

–Namasté -le respondí juntando mis palmas en oración e inclinando mi cabeza ante ella con respeto.

–Gurdwara Harmandir Sahib -creí entender que dijo.

–Sí, sí, Gurdwara. Fuimos al templo. Al Golden Temple de los Sikh. Todo de oro. Nos gustó mucho. We loved it. -Dije yo, en español e inglés mientras cruzaba mis brazos en forma de equis sobre mi pecho, en reverencia ante la belleza de ese magnífico lugar que mi amiga Kirsty y yo habíamos visitado el día anterior.

–¿Gurundara? -Balbuceé intentando pronunciar en hindi la palabra templo.

–Gurd-wa-ra -me corrigió ella- Gurdwara Harmandir Sahib -asintió complacida con el nombre completo. -Haleluyha!

–¡Aleluya! -repetí yo.

Me miraba a los ojos cuando me hablaba y sostenía mi mano entre las suyas. Podía sentir la suavidad de su firme apretón, sus dedos finos, sus largos huesos. Yo, sentada sobre la hierba con mis piernas cruzadas. Ella, de cuclillas, doblando en ángulos imposibles sus rectas y delgadas extremidades. Me bendijo. Derramó sus oraciones de protección y gracia sobre mí. Me adoptó sin más. Como si fuera parte de su clan. Y yo la escuchaba y la entendía.

–Soy de España. I am from Spain.

–Spain? Haleluyha! -(Y abría sus manos monstrándome sus palmas hacia arriba)

–Aleluya -correspondía yo, y continuaba dialogando con ella- Tiene una hermosa familia. ¿Sus nietos? Grandchildren? Muy guapos.

Y ella empujaba al más pequeño hacia mí para que yo lo abrazara. Acabábamos de conocernos. No hablábamos el mismo idioma. Pero me sentía halagada por la confianza que depositaba en mí. Y yo en ella. En todos.

Qué momento especial. Cuando Kirsty y yo entramos en el parque esa mañana no esperábamos ser acogidas con tanto cariño. Jallianwalla Bagh es una zona ajardinada en Amritsar, al norte de la India. Una llama encendida y un monumento honorífico conmemoran las 1500 víctimas civiles sacrificadas allí mismo en 1919 cuando el ejército inglés abrió fuego contra ellos.

–Today I am from the United States -susurró mi amiga inglesa. Kirsty no quería que la vieran como el enemigo, no quería sentirse responsable por tantas muertes.

–Sure, your American accent is almost as good as mine -bromeé yo, haciendo referencia a su perfecta pronunciación británica y a mi marcado acento español a la hora de hablar en inglés.

Sin embargo, no teníamos nada que temer. Nuestra piel y nuestras facciones occidentales llamaban la atención en una ciudad a la que los turistas extranjeros no parecían asomarse. Apenas nos vieron empezaron a pedirnos fotos. Grupos enteros hacían cola para posar ante sus cámaras dándonos la mano, sentados en medio de las dos, o pidiéndonos que nos retratáramos con sus hijos.

La mujer de blanco se acercó más tarde. Kirsty y yo, intentando apartarnos de la curiosidad que habíamos despertado, habíamos ido a refugiarnos a una zona alejada del jardín, a la sombra de unos arbustos. Pero la tranquilidad nos duró poco. La anciana y toda su familia caminaron apresurados a nuestro encuentro. No tenían cámaras de fotos, sólo querían estar próximos a nosotras, mirarnos, tocarnos, aceptarnos entre ellos.

Cuando la mujer hablaba conmigo intenté explicarle lo mucho que amaba India. Era tan agradable mantener una conversación con ella. Habíamos salvado las distancias culturales y las barreras lingüísticas. Nos comprendíamos a un nivel diferente. Le enumeré los lugares que había visitado y que podían resultarle conocidos: Delhi, Jaipur, Agra. Ella asentía y sonreía.

–Delhi, Agra -repitió.

–Sí, sí. Y el Taj Mahal es mi edificio favorito -le confesé- precioso. Pero de todas las ciudades Amritsar es la que me ha cautivado espiritualmente. El Golden Temple es especial. Gurdwara Harmandir Sahib es especial.

–Haleluyah! Volvió a exclamar ella con regocijo.

–¡Aleluya!

Anciana con su nieto

Anciana con su nieto

Jallianwalla Bagh, memorial park

Jallianwalla Bagh, memorial park

 

 

La historia de Elena Leysa

13 Sunday Apr 2014

Posted by mdoming3 in Uncategorized

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creative writing, domestic violence, globetrotter, Guatemala, historias, journey, Malos tratos, relato corto, Round the world trip, Short stories, travel, viajes, violencia infantil, vuelta al mundo

El Río Dulce es algo así como una experiencia más que un lugar. Es un hábitat de aves, y peces, y plantas. Es un momento parado en el tiempo. Es una mirada hacia un pasado remoto, quizá real, quizá imagonario. Es una masa de agua que se extiende por un tiempo indeterminado más que por un espacio concreto.

–Cuán cerca queda Casa Guatemala del puente de Río Dulce?

–“Saaabé” -diría yo. Sin embargo mi respuesta es otra:

— Depende -contesto- Depende de en qué lancha viajes. Si vas en la de Antonio, el vecino de la aldea Las Brisas, Casa Guatemala queda a una hora del hotel Backpackers, el hostal que se encuentra justo debajo del puente. Pero si vas en la lancha de Pato, con un motor más potente y con menos gente a bordo, entonces la escuela está a tan sólo 10 minutos más o menos.

Me gusta medir distancias con el tiempo que, a su vez, es también relativo. Si alguien me dice que va a llegar a una hora, primero pregunto: “¿hora normal u hora guatemalteca?” Porque aquí el reloj sirve como mero orientador. Lo normal es que el horario guatemalteco se retrase siempre con respecto al horario “normal”, pero… ¡cuidado! Mucho ojito con llegar tarde, porque ese día pueden ser puntuales y dejarte en tierra.

——-*————-*——-

Tiempo es algo que siempre me suele faltar hasta que me paro a pensar sobre ello. Si yo soy capaz de controlar mi tiempo en vez de al revés, he descubierto que puedo disfrutar de él e incluso dejarlo ir, darle un respiro.

Por días he estado angustiada ante la idea de tener que despedirme de “mis” peques. Después de tres meses rodeada de niños, de darles clases, de ducharles, pedirles que se cepillen los dientes, jugar con ellos, nadar con ellos, castigarlos cuando se portan mal, curarles sus heridas, leerles cuentos o desearles buenas noches; después de ser su “seño” y su referente materno/paternog, después de pasar por Casa Guatemala, de recibir un diluvio de cariño y de dejar allí un trocito de yyymí; después de todo eso y mucho más, no me resultaba nada fácil terminar mi plan de voluntariado y seguir mi camino. Mi avión aguardaba y vivir en la escuela no era sostenible son tener recursos de fuera. Para poder regresar debía, primero, encontrar fuerzas para marcharme.

——-*————*——-

El día en que me tenía que ir me levanté sin haber hecho siquiera mi equipaje. Me desperté temprano con la idea de ir en la lancha de Antonio, que sale a las 8:00 de la mañana. Fue entonces cuando el tiempo pasó a un segundo plano. Minutos después de las 6:00 de la mañana un grito de desesperación me sobresaltó en mi cuarto. Era un llanto aterrorizado, un inabarcable espanto manifestado en sonido.

Se trataba de una voz de niño o de niña pequeña. Primeramente pensé que alguien del pueblo traía a su bebé enfermo a la clínica en busca de ayuda. Pero el tono de terror que acentuaba esa llamada de auxilio me alertó sobremanera y, sin más, salí afuera para ver qué estaba pasando.

Detrás de un vivero abandonado, frente a la casa de voluntarios, entre los árboles, reconocí el mono azul de trabajo de Rogelio, el señor de ojos rojos y mirada torcida que se encargaba de cuidar los cerdos.

–¡Rogelio! -grité con determinación- ¿Qué pasa? ¿Hay alguien enfermo?

–no,… Em… Es sólo que… ud. ya sabe, yo no quiero que, em…

–Rogelio, ¿quien llora? ¿Alguno de sus hijos se siente mal?

Su español era poco claro. Su primer idioma es el q’ecqchí y, entre que no vocalizaba, que se le veía aturdido, y que no encontraba las palabras para expresarse, mi nivel de ansiedad fue en aumento. En ese momento entendí lo que estaba pasando, aunque no quise confesármelo a mí misma.

Rogelio seguía su discurso entrecortado intentando explicarse:

–Es que yo no quiero hablar con Seño Lili, porque Ud. sabe… no hace caso y la mamá lo manda que haga unos mandados y no hace caso y yo… no quiero… Seño Lili… porque los niños… Ud. sabe.

–¿Quién es? ¿Óscar? ¿Es su hijo Óscar quien está llorando?-insistí.

–No, no, no es Óscar. Es Elena.

En ese momento mis compañeras habían salido ya afuera para ver que sucedía. Su expresión era de incredulidad y horror. Ellas también lo sabían. Lo intuían. No hacían falta palabras para explicar que el aire se había vuelto denso de pronto y que costaba respirar.

–¿No habrá pegado usted a Elena? -me atreví a preguntar-. Rogelio, ¿ha pegado usted a su hija?

–Ja,ja -ríe él nerviosamente- los niños, Ud sabe… ellos gritan cuando uno los corre. No, nada. Él sale corriendo y yo… nada.

——-*————*——-

La niña hace tiempo que ha dejado de llorar. No se la ve por ninguna parte. aún no estoy segura de que sea Elena, porque Rogelio sigue hablando en masculino, probablemente por su idioma q’ecqchí.

–Tráigame a la niña -le ordeno, tajante.

Las otras dos chicas observan en silencio, sin atreverse a intervenir. Tenerlas ahí, apoyando con su presencia, me anima a no desistir.

–Traiga a Elena. Quiero darle un té a su hija para que se tranquilice.

Él sigue murmurando para sí mismo algo ininteligible y vuelve a adentrarse entre los árboles, por detrás del vivero. Yo apenas puedo verlo, pero mis ojos siguen clavados en su uniforme azul. No quiero perderle la pista ni por un momento. Para mi sorpresa, Rogelio regresa con su hija en brazos. Aún no quiere dejarla allí conmigo, pero yo ya sé la estoy quitando de las manos, atrayéndola hacia mí y llevándola hacia los asientos del patio.

–Hola Elena, preciosa, ven aquí. ¿Quieres desayunar?

Mi voz es casi un susurro, llena de dulzura hacia esta pequeña de tan sólo siete años. Rogelio, detrás de mí, habla a su hija en q’ecqchí, como aleccionándola. Pero yo no le hago ni caso.

–Mira -hablo cariñosamente a la niña-, podemos desayunar juntas. ¿Quieres un vaso de leche?

Elena me mira y hace un gesto afirmativo con la cabeza. Al momento, las otras voluntarias entran en la casa y aparecen con una taza de leche caliente.

–¿Te gusta? -pregunta Tania sentándose junto a la niña.

Yo aprovecho para ir a la cocina y prepararle unas tortillas de maíz con Nutella. Como se suponía que iba a marcharme ese mismo día no tenía más que ofrecerle, pero pensé que desayunar una especie de crêpe con chocolate de untar no podía decepcionar a ningún niño. Al salir con mi plato, Rogelio aún seguía allí.

–Váyase a casa, Rogelio -Mi voz es tajante-. No se preocupe, que nosotros le llevamos a la niña cuando acabe de desayunar.

–Pero… -Rogelio no se da por vencido- deje que le cuente. Hace dos años ya pasó esto y luego Seño Lili habló con Armando, con el gerente… Y Armando vino a la casa y llegó a la casa y habló muy serio y yo… dijo que en prisión y que la policía y usted, seño, usted no entiende. Pregunte a la mamá.

–Está bien, Rogelio, váyase, que nosotras cuidamos de Elena. Ella sólo se va a quedar aquí tranquilita tomándose su leche.

Para cuándo él se fue, el resto de voluntarios ya estaban al tanto de lo que había pasado. Mara, una austríaca con estudios en psicología infantil, sacó un cuaderno y pinturas para entretener a la pequeña. Me dijo que me quedara junto a la nena mientras ella se iba a hablar con Seño Lili, la directora de la escuela. Yo le pedí que no fuera sola. No eran ni las seis y media de la mañana.

Ni qué decir tiene que esa mañana no. Acabé, o más bien ni empecé, a hacer mi equipaje la lancha de Antonio se fue sin mí y tuve tiempo de sobra para cambiar de planes. image

 

Trotamundos // Globetrotter

10 Sunday Nov 2013

Posted by mdoming3 in Uncategorized

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adventure, aventura, creative writing, cuentos, escritura, historias, journey, relato, round the world, Short stories, travel, trip, viaje alrededor del mundo, viajes, vuelta al mundo

New adventure: Round the world trip. Flights booked, first arrangements done, unknown landscapes unfolding on the horizon…

Nueva aventura: Vuelta al mundo. Vuelos reservados, primeros pasos dados, paisajes desconocidos desdoblándose en el horizonte…

round the world

Nuevos suelos que pisar. Territorios áridos o verdes. Llanuras y montañas. Un camino, o no, campo a través. Poner tierra de por medio. Poner tierra. Tierra. Miedo. 

Cuando una ilusión se agota siempre queda el camino, largo, estrecho. ¿De dónde le venía esa pasión por viajar?, ¿esa inconformidad con estancarse?, ¿esa llamada a descubrir nuevos rostros, atardeceres diferentes y experiencias comunes? Salir a fuera para verse por dentro, desnuda, vulnerable.

Y el mundo se le hizo pequeño. Se le cansó la mirada, se le arrugaron los ojos, se le secó la vida. Pero se dejó mecer por las experiencias que fueron curtiendo su alma y renunció a dejar de llorar. Buscó momentos, encuentros, conexiones. Y pensó que quizás, un día, todo tendría sentido… o no, daba igual.

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